sábado, agosto 26, 2006

LA DICHA DEL SOLDADO VALE U$46

En un tiempo récord de seis meses, el equipo de trabajo de la película Soñar no cuesta nada dejó claro que en Colombia se puede hacer buen cine.

La historia, basada en hechos reales, es bien conocida: el grupo contraguerrilla Destroyer, en una misión en el Coreguaje colombiano, sucedida en 2003, encuentra una caleta con 46 millones de dólares en un campamento guerrillero. Abandonados en la selva por los altos mandos militares, mientras las provisiones escasean ellos prefieren cargar dólares que agua en sus cantimploras.

Los medios ya han hecho suficiente publicidad, no sólo porque RCN fue uno de los patrocinadores, sino porque la última semana se dictó sentencia contra los soldados implicados.

Pero el mérito del largometraje no radica en documentar paso a paso los hechos sucedidos, si bien da una mirada muy general sobre lo que en muchos casos fue verdad, en otros, prima el interés del director Rodrigo Triana, por contar buena historia aprovechando la variedad de recursos fílmicos.

Una mujer viaja con su hija en chiva hasta un pueblo del Caquetá, desde allí inician un recorrido tan arriesgado como inexplicable. Ese es el hilo conductor que utiliza Triana para contarnos la historia.

Aunque en principio la película se aleja de la viajera y se concentra en la persecución guerrillera y el descubrimiento de las canecas millonarias, es ella la que nos cuenta la historia a partir de una carta que su esposo, el soldado Porras, le ha enviado.

La emotiva presentación de la caída de un puente sobre el río Caquetá marca el inicio de la desesperanza de la tropa; sufriendo de paludismo y diarrea nunca se imaginaron que la enfermedad los haría millonarios.

Luego de encontrar el dinero y ser evacuados de la selva el cambio es la constante. De soldados asustados por una requisa a dandys vestidos por uno de los más reconocidos diseñadores masculinos del país, para terminar como prisioneros de la Policía Militar.

Esas transformaciones que sufren los personajes se ven igualmente reflejadas en la fotografía que los enmarca. El verde camuflado queda atrás, junto a la recurrente imagen de la serpiente al acecho, para darle paso a una taberna en la cual Dayana aparece cada noche para ser el sueño y convertirse en la pesadilla del pelotón.

Así mismo, la música marca los puntos neurálgicos de la trama. Aparece Dayana cantando y bailando, en la jungla es más importante el radio que la plata, luego, al dejar la selva, una voz nos recuerda que “la guerra ha terminado”, sin dejar de lado el vallenato y la fusión que se escuchan mientras los hombres se transforman.

La suma que Triana hizo de los recursos fue certera, no se pasó, no quiso dinamitar más de lo que hacía falta, no hubo sangre. Los personajes le permitieron desarrollar su idea, aunque todos muy similares, Porras no era un ladrón y su honestidad fue reiterativa, él, como yo, disfrutamos sólo con ver la sonrisa de los soldados en cumplimiento de una misión.

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