lunes, octubre 09, 2006

DISCURSO DEL EX - PRESIDENTE ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN

“Difícil me es transmitir los sentimientos que me embargan con motivo de recibir, al final de mis días, este Premio, que fue sometido a la consideración de jurados durante veinte o más años, sin que faltaran quienes objetaran la escogencia de una persona tan estrechamente vinculada a la polémica política. Pero, al lado del agradecimiento, como sentimiento profundo, experimento, igualmente, una emoción muy personal que someto a la consideración de ustedes.

Hace exactamente treinta años se celebró la ceremonia de otorgamiento de los Premios Simón Bolívar, auspiciados, como siguen siéndolo, por Seguros Bolívar. En esas circunstancias me desempeñaba yo como Presidente de la República, y me entregó los premios, para ser traspasados a los beneficiarios, el mismo José Alejandro Cortés Osorio, que hoy nos acompaña presidiendo esta ceremonia. No deja de ser curioso que estemos otra vez reunidos, exactamente como estábamos en 1976, y cuando ya son numerosas las bajas que registramos en nuestras filas.

En primer término viene a mi memoria el agraciado en aquella fecha, que fuera Roberto García-Peña, el único que nos falta de ese escenario, y nos falta, no solamente para esta ceremonia sino para el rumbo de la opinión pública en Colombia, tratándose de una persona tan distinguida por la nobleza de sus sentimientos.

Al mismo tiempo, con la concurrencia, celebro el recinto en donde tradicionalmente venimos a oír buenas noticias. No guardo memoria de haber escuchado en este lugar ninguna voz discordante, ninguna palabra ofensiva ningún agravio en las más diversas circunstancias. Es, pues, providencial estar otra vez con José Alejandro en este recinto, con ustedes como audiencia, y poder celebrar que se me otorga uno de los premios más ambicionados en Colombia. Pero no deja de tener un rasgo de humor negro el que se me haya otorgado esta presea, precisamente, cinco días después de que había publicado yo un artículo sobre la decadencia de la prensa, sobre el final del periodismo, que, según he podido verificar recientemente, se calcula que la muerte del periodismo será en el primer trimestre del año 43 de este siglo. Faltan, pues, unos años.

Y, curiosamente, acostumbrado a ser tratado como hijo del Ejecutivo, como protegido de mi padre, como el hijo de papi, me encuentro con la inversa, con que me corresponde llegar a este honor cuando, en 1992, ya lo había ganado el menor de mis hijos, porque fue Felipe López, entonces director de Semana, quien fue consagrado por su vida de periodista, que apenas sobrepasaba los veinte años.

No puedo olvidar, en estas mismas circunstancias, a la que yo calificaría como la cofundadora del Premio, doña Ivonne Nicholls, que ha desplegado un entusiasmo constructivo, y me atrevo a calificarla de cofundadora porque así lo ha sido, no una simple colaboradora, no una organizadora, sino el alma y el espíritu que ha secundado los propósitos de José Alejandro Cortés.

Escogido para esta dignidad, me complace registrar de qué manera Colombia sigue siendo la misma a pesar de tantos avatares como se han abatido sobre nuestro destino. Esta sesión me recuerda la primera, la original, la que se celebró en la Quinta de Bolívar, en la que se escucharon voces de optimismo, voces de confianza en el futuro de nuestro país. Yo diría que, en cierta manera, a pesar de la maldición que ha sido para Colombia el advenimiento del narcotráfico y la guerra civil no declarada, pero tampoco terminada, veo que la Colombia de 2006 responde casi, exactamente, a la Colombia de 1976, en cuanto a la estimación y al afecto de sus hijos por una patria que todos consideramos irremplazable.

El mismo discurso optimista, las mismas cifras sorpresivas, o que creemos sorpresivas, que han rodeado estos días, fueron idénticas a las que rodearon la celebración del primer Premio, con una salvedad:, que en los discursos de aquella época se celebraba con gran satisfacción el autoabastecimiento de alimentos en Colombia y se agregaba un país que alimenta a sus vecinos y que exportaba más allá del mar para países necesitados.

No podemos decir hoy lo mismo, porque nos hemos vuelto importadores por un descuido con la agricultura, que se traduce, por qué no decirlo, en el desempleo que se presenta como una sorpresa, si es que puede haber una sorpresa cuando es menor el número de áreas de cultivos y mayores las cifras de desempleo. Lo curioso sería que a menor número de áreas cultivadas aumentara el empleo. Desgraciadamente no es así.

Con mayor autoridad que la mía, aquí se ha hablado de la situación del periodismo, no sólo a nivel colombiano sino a nivel universal. Es un hecho que al describir la situación de Colombia hace treinta años, con mayor o menor intensidad, los hechos sean los mismos, las palabras sean semejantes, la posición de los gobiernos frente al periodismo no sea diferente de la de aquellas épocas, pero, en cambio, cómo ha evolucionado el periodismo con la aparición de nuevos medios de comunicación, con una competencia insospechada de la cual la televisión era apenas un anuncio. Nos encontramos con que el periodismo está prácticamente acorralado por la competencia, en el campo comercial, de medios nuevos distintos, como es el caso del Internet. Confiemos, para la salud mental de la ciudadanía, que no desaparezca ese periodismo crítico tan característico de nuestro medio, como ha sido aquí descrito por quienes me precedieron en el uso de la palabra.

Es curioso y paradójico que, en el mundo de la globalización, el periódico escrito tiene que orientarse cada día, en mayor grado, a lo local. El ciudadano, no sólo entre nosotros sino en el mundo entero, se interesa por lo que lo rodea, por su entorno, más que por la visión de las cosas universales. Lo que nos sucede aquí, en donde episodios militares en el Líbano no cuentan frente a las crónicas sobre los sexoeclesiásticos que nos rodean, crónicas acerca de sus pecadillos. Más y más, el periódico escrito tiene que ser una crónica de lo local, tiene que estar vinculado a lo que le interesa al cerebro y al bolsillo de la ciudadanía, al punto que algún cronista americano calificó, no ya de local lo que hay que hacer, sino de hiperlocal o superlocal, para seguir cautivando el interés de los lectores.

A mí me sorprende, como lector ansioso de conocer el mundo exterior, de qué manera, más y más, la prensa colombiana se va sumiendo en el mismo orden de ideas a lo estrictamente local. Y no sólo a lo estrictamente local sino, casi, diría yo, a lo estrictamente personal, que afecta a los lectores.

Hace dos o tres semanas se celebró en Cartagena un acontecimiento sin precedentes de carácter universal, como fue el Congreso de Cultivadores de Palma Africana. Acudieron 1.400 personas, de treinta países diferentes. Intervinieron en la discusión, en el debate, en la presentación de los hechos 88 oradores, de los cuales 55 eran extranjeros y 33 colombianos, y se abrió todo el velo del futuro, las posibilidades económicas para Colombia con la palma africana, y, quienes habían asistido a otros congresos, particularmente en Asia, en congresos en(Malasia, o en Singapur, reconocían que era un evento de carácter mundial la reunión de Cartagena, y del hecho, del cual debemos sentirnos orgullosos, de ser Colombia el único país del Continente Suramericano que califica para participar en las directivas y en las grandes cifras de la palma africana, aproximándonos al cuarto lugar en el mundo, al lado del monopolio que ejercen para ciertos efectos los países de otros continentes.

En estas circunstancias, es sorprendente que no ha existido despliegue, publicidad de ninguna clase que estimule a los agricultores y, particularmente, a los exportadores, a prestarle atención a un renglón que está transformando el mundo en momentos en que la bioenergía sustituye los combustibles de carácter fósil y Colombia aparece como un país privilegiado por todos aquellos factores que nos enseñaban desde la escuela: Puertos en el Pacífico, puertos en el Atlántico, todos los climas posibles, abundancia de agua, haber experimentado ya, en pequeña escala, las posibilidades de reforestación, pero tenemos que pensar que, en este siglo, que es el de los descubrimientos, vamos camino de darle una verdadera sorpresa al mundo, al lado de aquellos que comienzan a cultivar la caña para la bioenergía, y para la biotecnología, la soya y la palma africana.

¿Cómo es que sobre estas cosas que nos llegan tan de cerca se ausente la prensa? Es esa orientación hacia lo local, que no puede excederse sin correr el riesgo de que la prensa colombiana corra la suerte de la prensa de otros países, en donde diarios con ciento catorce años de existencia han desaparecido.

Nuestra prensa, como la describía el Presidente Cortés, es una prensa heroica. Reducir el número de muertos para alegar, mediante estadísticas, que ya no hay la necesidad de ese heroísmo para ser periodista, es inexacto. Desgraciadamente, también, siguiendo la orientación del doctor Cortés, fracasó el proyecto de agremiación que estaba pendiente hace treinta años con la tarjeta de periodista, que fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia en aquellas épocas. Se impone una mejor condición laboral para los periodistas, no para los dueños ni los directores, sino para los periodistas de cada día, los cronistas, los entrevistadores, los fotógrafos, que tengan un mínimo de seguridad social, de atención médica, de salarios, que compensen los esfuerzos y el heroísmo a que he hecho referencia.

Y termino con la misma admonición de 1976, la de la responsabilidad del cuarto poder, que es la prensa escrita. Hay que pedirle a la prensa escrita que contribuya con su discreción, con el respeto a la verdad de los hechos, manteniendo la libertad de opinión, que es sagrada, que contribuya al proceso de paz en que estamos comprometidos. Si, entonces, cuando no vivíamos momentos tan angustiosos como los presentes, pedía yo, en calidad de Presidente de la República, que la prensa asumiera la totalidad de su responsabilidad, algo semejante me atrevo a insinuar en momentos en que parecería que nos estamos aproximando a una nueva etapa en el conflicto que viene de años atrás.

Expresamente, a los periodistas que me han pedido mi opinión para la radio, para la televisión, para la prensa escrita, les he dicho que prefiero guardar silencio y dejar en manos de los protagonistas del proceso de paz esta etapa que, por su propia naturaleza, debe ser reservada, discreta, íntima. Es un contraste monstruoso entre la necesidad de avanzar, apelando a los sentimientos patrióticos y humanitarios de los protagonistas en la intimidad de una relación de dos personas, y el proceso que se está cumpliendo de abrir un plebiscito en que todo el mundo opine, todo el mundo interprete, todo el mundo vaticine el éxito o el fracaso de las conversaciones.

Yo quiero aprovechar este escenario para pedir que se contribuya con una total discreción a permitir que quienes están comprometidos personalmente como protagonistas del proceso de paz, no sufran la presión de la opinión orientada, como si se tratara de una campaña política.

Precisamente el Miami Herald en español, hace unos cinco días, hizo una crítica bastante severa de la prensa colombiana, particularmente la prensa radial, por la forma en que se ve entre los entrevistadores y los entrevistados, entre los dueños de los medios y sus amigos, que hay un proceso en los medios más cercano del amiguismo y del enemiguismo que de la crítica imparcial. Precisamente lo que necesitamos es independencia, porque la opinión es libre, pero la información es sagrada.

Termino, pues, agradeciendo la presencia de todos ustedes, invocando su colaboración en el proceso en que nos estamos comprometiendo todos los colombianos, para que se celebre un Acuerdo Humanitario y, más adelante, pero independientemente, se considere un proceso de paz, que ponga término a esta guerra tan ingrata, tan perseverante”.

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