lunes, octubre 09, 2006

UN HOMENAJE EXCLUSIVO

Asistir a la proclamación del Premio Nacional de Periodismo es mucho, pero asistir al cóctel en homenaje a los ganadores supera las expectativas.

Son las siete de la noche, la luna en creciente sobre el oscuro cielo capitalino nos prepara para una gran celebración. Los tacones, el abrigo y la cartera no pueden faltar, así como tampoco se puede olvidar la invitación del doctor José Alejandro Cortés, Presidente de Sociedades Bolívar, aunque todos tengamos que llegar con ella en la mano porque, por sus 15 x 15, no hay forma de hacerla caber en las billeteras de los caballeros o los bolsos de mano de las damas.

No hace falta tomar un taxi, aún cuando la administración pública haya olvidado encender las luces de las cuatro cuadras que debo recorrer. Es increíble que en pleno centro de Bogotá se encuentre uno de los clubes más reconocidos e históricos del país y todavía más increíble, que con toda una vida pasando frente a sus cuatro escalones nunca hubiese podido entrar, al menos sé que no solo he sido yo, sino la absoluta mayoría de ciudadanos los que apenas ven el desfile de autos con vidrios polarizados.

"Bienvenidos al Jockey"

Cuatro empleados del Club, vestidos de paño negro y corbatín, esperan en la puerta para recibir a los invitados, en un gesto de galantería y de control de la entrada, porque sólo quien llegara con invitación podía ingresar. A la derecha, en el atril de la puerta, una placa de mármol nos recuerda que ese edificio es Patrimonio Cultural, y de paso nos da certeza de que ese es el sitio que hemos buscado, porque no hay placas con la dirección o el nombre del Club.

Éste es un lugar para ver y ser visto, las élites se reúnen y deciden sobre los destinos del país, hoy no será la excepción, aunque estemos celebrando en honor de los ganadores del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2006, los invitados no sólo vienen a congraciarse con ellos. Una alfombra de color carmín nos da la bienvenida y servirá de guía para alcanzar el tercer piso. Unos pasos atrás, el ex - Presidente Alfonso López Michelsen se baja de su carro y del brazo de su esposa sigue el mismo camino.

"Buenas noches, bienvenidos al Jockey Club" es la frase que una y otra vez se escucha en la puerta. El ganador del premio a Vida y Obra de un Periodista espera que el dorado ascensor se abra, otros preferimos subir la escalera de caracol que, de paso, nos da una vista privilegiada de los salones y el lobby del Club.

Quién falta?

Apenas estamos sobre la hora citada en la invitación y más de cien personas hacen presencia en el salón principal del tercer piso del Jockey, enmarcados entre el parqué de madera en el piso, los tapices en las paredes y las cortinas ocres victorianas.

Todo es risas y saludos afectuosos, pero ¿quién falta? Alrededor no hay más que señoras de sociedad, ejecutivos de todas las edades y socios fundadores del Club; ¿dónde está la prensa?, se pregunta la mayoría, no porque quieran ser fotografiados para aparecer en las páginas sociales del fin de semana, sino porque el periodismo es el invitado de honor y aún no aparecen sus máximos exponentes.

Como novia el día de la boda, los periodistas galardonados se hicieron esperar, algunos por llamar la atención y otros porque debían dejar lista la emisión del noticiero de esa noche para poder festejar tranquilos, caso de Álvaro García, director de Noticias RCN, que llegaría sobre las ocho de la noche.

Los jurados del Premio llegaron uno tras otro, primero el Presidente de este año, Jorge Orlando Melo, luego Margarita Vidal junto a Cecilia Orozco, D´artagnan y Ricardo Santamaría se harían esperar un poco. Todos reunidos, pero sólo por unos instantes, porque después de haber pasado un año juntos, entre promociones y votaciones, seguramente querían escuchar otras voces.

"La pinta no es lo de menos"

Los encajes y volados fueron reyes entre reinas, o entre damas, porque la única reina que asistió fue María Mónica Urbina, de pantalón satinado y camisa de flores rebordeada. Claudia Hoyos con un vestido al sesgo, de rayas multicolor que atravesaban desde su hombro hasta mucho más arriba de su rodilla, hizo girar cabezas a su paso.

Las señoras, más reposadas y recatadas, prefirieron ir a lo seguro, aunque la pelea entre falda y pantalón no tuvo ganador, las camisas de seda y las chaquetas de terciopelo arrasaron. Los cuellos de encajes plisados revoloteaban de lado a lado entre los tres salones. De los hombres, nada nuevo por decir, todos con sobrios trajes de corte inglés, oscuros pero no lúgubres, aunque combinados con corbatas que les daban el toque de color, ahí lo más exótico fueron los cuadros.

"La pinta no es lo de menos" diría Amelia Toro a sus compañeros de charla. Entre las mujeres, la que más miradas levantó no fue ni Claudia ni María Mónica, sino una jovencita, de nombre desconocido por todos excepto por su abuelo socio del club, que se paseaba entre los invitados con baletas rojas, medias pantalón negras hasta el tobillo y minifalta en juego con los zapatos. Sólo ella había usado la misma ropa con que diariamente asistía a clases en los Andes. Entre los hombres, sonará a redundancia, Poncho Rentería fue el único que sobresalió, con corbata de corazones y blaizer de pana amarilla.

"¿Hielo o soda?"

Ocho y treinta de la noche, en punto, y las cuatro mesas de bufete destaparon sus refractarias al público. El olor de una salsa tipo BBQ se apoderó de las habitaciones y a los cinco minutos los invitados se habían distribuido en filas. Como aperitivo Sello Rojo para los hombres y Dubonet para las mujeres, servidos desde la llegada de la primera persona al salón hasta que el último se despidió, despertaron el apetito.

De entrada tenemos palmitos de cangrejo enrollados en paté de frutos del mar, seguidos de jamón serrano. Como platos fuertes salmón marinado, langostinos en la fragante salsa, goulash de ternera y pinchos de cerdo y queso azul, acompañados de papas falsas y todo tipo de quesos repartidos en una mesa especial. Si prefiere la ensalada, en la mesa ubicada en la biblioteca podrá encontrarla.

Como postre, ni siquiera se debía preguntar, la mesa central estaba perfectamente adornada, con un frutero exótico en el centro y bandejas con todo tipo de dulces miniatura. Milhojas, tartaletas y bizcochos borrachos de todos colores y rellenos para el deleite de los convidados.

El resto de la noche, los chefs del Club no cesaron de llevar a las mesas vasijas de plata rebosantes de las viandas ofrecidas y aunque las damas apenas recibieron un plato, los hombres aprovecharon y, en algunos casos, repitieron hasta tres veces. Otros que no descansaron fueron los meseros, uno con la bandeja de tragos y otro a su lado preguntando "¿hielo o soda?".

La caída oriental

Justo enfrente de la mesa de postres un grupo departía alegremente, algunos todavía tenían su plato en la mano, otros brindaban, a sus espaldas un pequeño espacio para transitar y la baranda que daba al foso central de la escalera, desde donde se veía un magnífico centro de mesa de rosas rojas frescas.

Empresarios nacionales discutían algún tipo de negocio con un hombre de estatura media, tez blanca y ojos rasgados. Hablaban español, pero sólo ellos comprendían lo que decían. Al unísono saludaron a María Esparsa Baena que de pasada hacia el tocador los saludó. Luego, el caos.

Los meseros no paraban de servir trago, iban de un lado al otro, con las bandejas en alto para no interrumpir. Aunque bajo las mesas se dispusieron algunos tapetes persas, alrededor de los postres sólo estaba el parqué y la crema que rellenó alguna tartaleta.

Al volver a la mesa principal, un experimentado mesero recogía copas y platos vacíos; distraído en cumplimiento de su trabajo, pisó la crema y junto a la bandeja él fue a dar al piso, el estruendo acalló a la concurrencia por un segundo, aunque nadie mostró mayor interés. Pero entre la distracción por los platos rotos, el oriental temblaba de un lado a otro, luego de perder el equilibrio impulsado por la caída del mesero, cayó junto a él y ahora sí, todos prestos a levantarlo.

Manuel Teodoro, apenas pudo disimular la risa y Bruno Díaz soltó su vaso para levantar al segundo caído. Nuevamente en pie, el diplomático no pudo más que disculparse y cambiar de lugar mientras se limpiaba el whisky puro regado por su tropiezo.

La mujer más precavida

De acento español, acompañada por su esposo, sentía el ahogo por el calor que desde hace más de una hora se había apoderado de la recepción. Para oxigenar a más de quinientos invitados sólo había un par de ventanas en el costado occidental y dos pequeñas puertas que daban a una simulación de balcón en el oriental.

Los del centro, incluyendo a la española, no tenían posibilidad de recibir aire fresco y ambos costados estaban atestados. Ella, entre la duda y la necesidad, se atrevió a comentarle a una compañera de baranda que entre su bolso reposaba un abanico, pero que le daba pena sacarlo, ¿qué pensaría la gente? "no pensarán nada distinto a que usted es la mujer más precavida de todo el cóctel"

Abanico en mano y repartiendo viento a todos los que a ella se acercaban, la mujer que asiste al Premio desde su fundación hace treinta y un años, antes en el Golf Club y ahora en el Jockey, tiene bien aprendida la lección, más vale abanico en mano que ventanas en los costados.

¿Dónde está la organizadora?

Seguros Bolívar entrega el Premio Nacional de Periodismo cada año, pero es la Secretaría General del Premio, en cabeza de Ivonne Nicholls, la que recibe la carga logística. Debe nombrar jurados, convocar a los periodistas, preparar la ceremonia de proclamación y por si fuera poco, organizar un cóctel al que deberá asistir la crema y nata de la sociedad.

Con tantos gustos por complacer, seguramente la señora Nicholls deberá estar pegada al jefe de servicios del Club, ultimando detalles, preocupada por la llegada de las personalidades y pendiente del reloj para impartir órdenes en el momento adecuado. Eso creeríamos muchos, pero no fue así, todo lo contrario.

Ivonne Nicholls no trabajó durante el cóctel, y con eso no queremos demeritarla, por el contrario, reconocemos la incansable labor que realiza 364 días del año para que en una noche ella descanse. Todo estaba previsto, ningún detalle se había escapado, el personal tenía claro qué debía hacer y ella sólo tenía que dedicarse a hacer lo que mejor sabe: relaciones públicas.

Ivonne fue la celebridad más reconocida, todos la saludaron, todos querían hablar con ella, incluso se turnaban para hacerlo, al fin y al cabo por ella es que estaban ahí. Un grupo de políticos, encabezados por Armando Benedetti, era seguido por uno de grandes periodistas auspiciados por Fidel Cano, que luego se cambiaba por el de damas prestantes de la ciudad.

Ella no cambio de sitio, por más de dos horas estuvo en el marco de entrada al salón principal, sonriendo y preguntando por las minucias de cada invitado, con un clásico vestido de cuadros crema y verde aceituna. Se sentó por un instante junto al ex - Presidente, saludó a su esposa y siguió recibiendo agradecimientos.


La noche terminó pasadas las diez, a esa hora la mayoría de los invitados ya estaba rumbo a sus hogares, listos a madrugar para los programas radiales de las cinco de la mañana del miércoles o para revisar la edición matutina del diario. Comienza otro año para el Premio, en un par de semanas se estará escribiendo el listado de candidatos a jurados y se les convocará. Mientras tanto, regreso por las mismas calles mal iluminadas pero repletas de estudiantes que salen de clase, quienes ni se imaginan que a dos cuadras desfilan los grandes personajes que acaban de definir sus destinos.

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